Por María Martín-Consuegra

 “Para bien o para mal no puedo dejar de ser yo mismo toque con quién toque. Ya sea en solitario o con otros músicos”. Y no miente, Marc Ribot es Marc Ribot haga lo que haga. Acompañe a Tom Waits o Elvis Costello, grabe su proyecto en solitario, se lie la manta a la cabeza con los Young Philadelphians o aparezca rodeado de los viscerales (como él) Ceramic Dog. Ruidoso, excéntrico, expresivo, único, ese es el Marc Ribot que llegó este lunes al Teatro Apolo de Barcelona. Mientras las calles de la Ciudad Condal acogían a espíritus errantes, zombies y alguna que otra calabaza por la noche de Halloween, en el interior del teatro Apolo se daban cita almas ávidas del personalísimo estilo que caracteriza al de New Jersey. Ese que es imposible imitar y que Ribot deja en todo lo que hace.

 Intentar recopilar la trayectoria y la discografía de Ribot es casi tan complicado como encontrar una única etiqueta que lo defina. O tan difícil como adivinar qué pasa por su cabeza cuando se sube al escenario. Momento en el que el temperamento y la personalidad del músico se fusiona con la contundencia de Ches Smith a la batería y de Shahzad Ismaily a las teclas y al bajo. Suena sucio, entarquinado, ruidoso, suena a Marc Ribot.

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Pero, ¿qué hay de improvisación y qué hay de preparado en los directos de Marc Ribot’s Ceramic Dog? Pues un poco de ambas cosas. Muestra de ello es que a tan solo unas horas del inicio del concierto el norteamericano andaba cerrando las salidas de las canciones con sus colegas de escenario. Así lo reconocía también en la entrevista concedida a 1906, donde Ribot también declaró su cariño por el público barcelonés, que lo ha visto desfilar por los escenarios de la ciudad en más de una ocasión con sus diferentes bandas.

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A diferencia de otros proyectos más enfocados al free jazz o al soul, la propuesta que Ribot lanza con Ceramic Dog bebe del punk más rompedor y experimental, ese al que él mismo contribuyó en el Nueva York de los 80. Una propuesta en la que los instrumentos hablan por sí solos y la voz, cuando aparece, lo hace en forma de alaridos que corroboran que, efectivamente, no nos hemos equivocado de sitio: estamos en un concierto de rock and roll.

 Una vez más Marc Ribot volvió a mostrar la interpretación más personal de sí mismo sobre las tablas. Siempre lo hace. Y no solo eso, se llevo al público a dónde quiso, encajando con los múltiples perfiles de personas (muchos de ellos músicos) que se encontraban en las butacas del Apolo. No hay de qué sorprenderse, es Marc Ribot.

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